Como parte de los laboratorios bio-sociales de nuestro grupo “Eco-lógicas” que se llevaron a cabo en la comunidad de Serena, en Napo, yo había propuesto un taller de juegos teatrales para niñxs con la intención de componer espacios escénicos amateur e improvisados en su etapa final, y que de esta manera generemos ideas para pensar una ecología de las imágenes en contexto amazónico.
Tanta organización: recopilación de ejercicios para trabajar en el taller, estructuración de la
propuesta en formato académico, utilización de bibliografías para sustentar el vínculo entre las actividades lúdicas y el desarrollo de una posible propuesta ecológica, entre otros asuntos. Todo esto se vio sacudido y dislocado al momento en el que se llevó a cabo la primera sesión del taller.
Lxs niñxs llegaban al espacio en grupo con curiosidad y ganas de jugar, y se dispersaban, y brincaban, y corrían, y se sentaban, y se acostaban, y reían, y hablaban, y hacían mil cosas ahí. Llegaban y empezaban a mostrar sus fuerzas huracanadas, dionisiacas, desbordantes, caóticas.
Empezamos el taller como todo un taller de teatro con calentamiento, ejercicios y demás dinámicas. Sin embargo, no se hacía un calentamiento, no se llevaban a cabo los ejercicios, ¿dinámicas? Claro que había dinámicas, pero no las que yo había planeado. Lxs niñxs no seguían las pautas que yo daba. No les importaban las consignas, sino que en medio de los ejercicios ellxs abrían huecos que yo no había previsto y jugaban lo que ellxs mismxs querían jugar.
Todo esto fue creciendo más y más a tal punto que mis mismas propuestas quedaban descartadas a los pocos minutos. Yo iba entonces hacia otros ejercicios y pasaba lo mismo. Como “tallerista” yo sentía que se estaba generando una avalancha que ya me estaba cayendo encima y que en poco tiempo me iba a enterrar completamente y a asfixiar. No sabía qué hacer. Me sentía perdido y fracasado y con miedo. Les invité a hacer un círculo en el piso y me quedé callado casi por diez minutos. No sabía qué hacer. ¿Qué querían? ¡Oh sorpresa! Querían jugar. Ahí mismo en el círculo uno de los niños se levantó para tocar la cabeza que cada persona y decir: Pato, pato, pato, pato, ¡Ganso! Ellxs ya me estaban indicando que querían jugar, pero me había costado escucharles por tratar de mantener el orden en esta primera sesión.
Lo que tuve que hacer para las siguientes sesiones fue destruir mi propuesta de taller de composición de espacios escénicos para más bien entregarnos a los juegos que lxs niñxs querían jugar. Me solté de rigideces y aprendí varias dinámicas y danzas de su comunidad que ellxs con gusto me estaban enseñando. Yo decía que quería proponer el taller para que generemos ideas para pensar una ecología de las imágenes, pero el hecho de haber abandonado este plan principal fue mucho más enriquecedor y me permitió aprender mucho más y a generar reflexiones en torno a otras formas de extractivismo y también de estrategias ecológicas.
Desde la educación formal, la escuela se presenta como un lugar de disciplina, reglas rígidas y conocimientos que probablemente no necesitamos para nuestros contextos o no los deseamos. Este modelo de educación tiene dinámicas y estrategias de aprendizaje de manera predeterminada y calculada, y por lo general tiende a cortar los flujos libres y caóticos de lxs niñxs en función de hacerlxs obedientes. Es curioso que yo mismo tenía idea de estos mecanismos debido a ciertas lecturas que había realizado en el pasado, pero no lo había reflexionado tan seriamente como ahora en mi experiencia con la comunidad de Serena.
Sin darme cuenta en un primer momento, en aquella primera sesión yo mismo me estaba contradiciendo. Llevé mi propuesta y sí vi que no estaba funcionando, pero estaba intentando que funcione y que lleguemos efectivamente a componer los espacios que yo deseaba. Y lo que pasaba es que no estábamos teniendo el mismo deseo como grupo. ¡Tremendo caos! Ahí lo vi como una crisis nihilista en donde estaba dando manotones de ahogado para mantener viva mi propuesta, pero no me di cuenta de que este caos era más bien una oportunidad única de componer juntxs de otra manera. Que lo más conveniente era dar paso a lo que ellxs querían y así generábamos grupalidad. Y me atrevo a decir que probablemente esta es una forma de aprender de las ecologías en el territorio amazónico.
Si el taller se llevaba a cabo bajo la lógica de lo rígidamente predeterminado, el autoritarismo y la obediencia, además de no generar ningún saber ni experiencia grupal, se estaría aplicando otra forma de extractivismo. Ya no un extractivismo de minería, de entrada de concesionarias al territorio sin permiso de la comunidad, o de contaminación del río con mercurio. Sino más bien una forma de cortar el flujo de deseo de quienes vienen con ilusiones, alegrías y fantasías.
Luego de esta experiencia pienso que lxs niñxs de Serena tienen energías capaces de dislocar y desterritorializar las intenciones codificadoras del sistema educativo rígido, las lógicas adultocentristas y las relaciones jerárquicas. Lo cual no significa que sean imposibles de ser capturadas por aparatos de estado y mecanismos cosificadores y reductores de la experiencia. Sin embargo, podríamos concluir momentáneamente diciendo que es una tarea ecológica cuidar estas maneras de ser, de vivir, de relacionarnos en comunidad y de jugar infantilmente, tal como se lo hace en este contexto amazónico, por medio de metodologías educativas más libres, azarosas y caóticas. Además de que esto puede ser una estrategia adecuada para hacer frente a los extractivismos de las sociedades de control que se adueñan de los cuerpos, las infancias y el gozo.
Hay mucho por indagar e investigar de manera caótica y dinámica, los temas relacionados a las ecologías transversales. Incluso aprender de lxs más pequeñitxs es un ejercicio crítico que la investigación académica necesita practicar. Más que el producto final, importa el proceso. Ahí están las fuerzas danzando caóticamente y afectando y transformando nuestros cuerpos y experiencias.